I
Apacible y soñoliento son las palabras que mejor describen navegar por el límpido y tranquilo mar espacial de la pequeña y anciana enana roja Sabia. Alrededor de ella orbita sin prisas, perezosamente, un único mundo, suspendido sobre un éter cósmico de seda negra como una brillante y hermosa perla, el blanco y vaporoso Joya.
Los habitantes de Joya no conocen la superficie de su mundo, jamás la han visto, moran en la atmósfera, por encima de una única blanca nube que cubre la totalidad del planeta. Siendo así, la geografía de Joya, según los Joyitas o Joyenses, se divide en dos: la región inferior, de la que nada saben, por debajo de la gran nube divisoria y la región superior. Los Joyitas se autodenominan los seres mas avanzados del universo, entes superiores como gustan de llamarse. No conocen estados ni países, ni reglas o leyes; tampoco las pasiones y emociones que nos hacen presa. Viven suspendidos en el aire, dejándose llevar por el capricho de los vientos, envueltos y protegidos cada uno por una burbuja perfecta que parece de cristal. No conocen el aire o los alimentos y no los necesitan, sus burbujas los mantienen alejados de tan bajas necesidades. Sus relaciones sociales son mínimas y tan solo cuando dos o más joyitas llevados por el azar se encuentran se intercambian unas pocas palabras o ninguna, pues es muy cansado y de seres inferiores hablar. No conocen el sexo, las caricias, los abrazos o el tacto de las cosas, no tienen recuerdos de sus nacimientos: “somos eternos, no tenemos ni principio ni fin” se jactan y continúan su vagar eterno desplazados por el aire, ni siquiera el movimiento es voluntad de ellos. A veces ocurre que una inesperada ráfaga de aire provoca que dos joyitas choquen de manera violenta haciendo añicos las burbujas protectoras. Impotentes, los demás observan aterrados como los desdichados caen gritando y atraviesan la gran nube divisoria desapareciendo. Sus gritos se apagan y durante un rato no oyen nada más. Entonces, desde la superficie desconocida del planeta, llegan las risas de sus compañeros caídos y no saben si son risas de locura o de alegría.
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