jueves, marzo 23, 2006

Las arenas vivas

Caí de bruces sobre la arena. Quemaba. Esta me rodeó ávidamente tratando de devorarme, penetraba con violencia por mi boca, nariz, ojos... sentía como desgarraba y calcinaba mi carne. Desesperada luché con las pocas fuerzas que me quedaban, pero el peso de aquel océano dorado me ahogaba rápidamente en un monstruoso estomago de arena viva.

- Vamos, vamos mi niña. - Llegó ahogada la voz de Ruith. Sus fuertes brazos me liberaron de la arena - Aun no es tiempo de dejarse vencer. -

Cariñosamente me sacudió el cuerpo y pasó sus manos sobre mi pelo. Aquel viejo tierno, de rostro quemado, surcado de ampollas y grietas me miraba con ojos piadosos, ojos azules y profundos como mares.

- Ruith ¿Cómo he llegado aquí? ¿Cómo llegaste tú y los demás? - La compañía se perdía ya a lo lejos y asiéndome del brazo nos pusimos a caminar tras ellos.

- No, no lo se mi niña. Tu llegaste ayer, pero muchos llevan aquí años y yo más años que todos. Soy el último de los primeros llegados. ¿Qué recuerdas de antes de ayer? -

Traté de recordar. Sabía que no pertenecía a aquel lugar cruel, recordaba mi nombre y el hecho de que antes había vivido otra vida muy lejos de allí, pero nada más. Todo lo anterior al terrible ayer en que aparecí en medio de aquel desierto y sentí el infinito odio de los soles solo era vacío y silencio, como si jamás hubiese vivido antes.

- Nada - Exclamé desesperada.

Quería llorar, pero Ruith me lo había prohibido diciéndome: "Esas lagrimas son tuyas, guárdalas solo para ti y cuando nadie te vea, pues si los otros las viesen te las robarían para apagar su sed, el fuego de sus gargantas, de sus entrañas y la desesperación de sus almas sedientas. Si las malgastas pronto se te agotarán y serás como yo un viejo que combate la sed bebiendo el barro de su boca y sus sueños."

Cuando quise ofrecerle mis lágrimas, me miró agradecido y las rechazó diciendo:

- Son tuyas. Las necesitarás más que yo.-


Alcanzamos al resto de la compañía que encorvados y mudos arrastraban sus cuerpos calcinados. Miré atrás y vi como los profundos surcos dejados por nuestras huellas desaparecían mostrando tan solo el vacío de arena. Sentí terror.

- Ruith ¿Moriremos? - Necesitaba saber si merecía la pena seguir adelante, sufrir esa inconmensurable desesperación, el horror de aquel maldito desierto y sus dos soles, verdugos implacables de pecados que ni siquiera recordábamos.

Lenta me llegó la respuesta cuando ya creía que no me había escuchado.

- Ya estamos muertos mí querida niña. La pregunta es ¿Viviremos?
Llevo quince años muriendo y sé que ese maldito edén está en alguna parte y no acabaré entregando mis huesos a este mundo cabrón sin antes haberlo encontrado. -

Me miró desde las azules aguas de sus ojos y me sonrió. Y comprendí que su sonrisa era el surco de un río y sus palabras cascadas.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Que monstruo¡
Si Frank Herbert levantara la cabeza, y las manos... ¡aplaudiria! ¡como yo¡

12:10 a. m.  
Blogger pepapoder said...

precioso cuento...

12:18 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Se seca la garganta nada más leerlo...

12:25 a. m.  

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