Las arenas vivas
Caí de bruces sobre la arena. Quemaba. Esta me rodeó ávidamente tratando de devorarme, penetraba con violencia por mi boca, nariz, ojos... sentía como desgarraba y calcinaba mi carne. Desesperada luché con las pocas fuerzas que me quedaban, pero el peso de aquel océano dorado me ahogaba rápidamente en un monstruoso estomago de arena viva.
- Vamos, vamos mi niña. - Llegó ahogada la voz de Ruith. Sus fuertes brazos me liberaron de la arena - Aun no es tiempo de dejarse vencer. -
Cariñosamente me sacudió el cuerpo y pasó sus manos sobre mi pelo. Aquel viejo tierno, de rostro quemado, surcado de ampollas y grietas me miraba con ojos piadosos, ojos azules y profundos como mares.
- Ruith ¿Cómo he llegado aquí? ¿Cómo llegaste tú y los demás? - La compañía se perdía ya a lo lejos y asiéndome del brazo nos pusimos a caminar tras ellos.
- No, no lo se mi niña. Tu llegaste ayer, pero muchos llevan aquí años y yo más años que todos. Soy el último de los primeros llegados. ¿Qué recuerdas de antes de ayer? -
Traté de recordar. Sabía que no pertenecía a aquel lugar cruel, recordaba mi nombre y el hecho de que antes había vivido otra vida muy lejos de allí, pero nada más. Todo lo anterior al terrible ayer en que aparecí en medio de aquel desierto y sentí el infinito odio de los soles solo era vacío y silencio, como si jamás hubiese vivido antes.
- Nada - Exclamé desesperada.
Quería llorar, pero Ruith me lo había prohibido diciéndome: "Esas lagrimas son tuyas, guárdalas solo para ti y cuando nadie te vea, pues si los otros las viesen te las robarían para apagar su sed, el fuego de sus gargantas, de sus entrañas y la desesperación de sus almas sedientas. Si las malgastas pronto se te agotarán y serás como yo un viejo que combate la sed bebiendo el barro de su boca y sus sueños."
Cuando quise ofrecerle mis lágrimas, me miró agradecido y las rechazó diciendo:
- Son tuyas. Las necesitarás más que yo.-
Alcanzamos al resto de la compañía que encorvados y mudos arrastraban sus cuerpos calcinados. Miré atrás y vi como los profundos surcos dejados por nuestras huellas desaparecían mostrando tan solo el vacío de arena. Sentí terror.
- Ruith ¿Moriremos? - Necesitaba saber si merecía la pena seguir adelante, sufrir esa inconmensurable desesperación, el horror de aquel maldito desierto y sus dos soles, verdugos implacables de pecados que ni siquiera recordábamos.
Lenta me llegó la respuesta cuando ya creía que no me había escuchado.
- Ya estamos muertos mí querida niña. La pregunta es ¿Viviremos?
Llevo quince años muriendo y sé que ese maldito edén está en alguna parte y no acabaré entregando mis huesos a este mundo cabrón sin antes haberlo encontrado. -
Me miró desde las azules aguas de sus ojos y me sonrió. Y comprendí que su sonrisa era el surco de un río y sus palabras cascadas.
3 Comments:
Que monstruo¡
Si Frank Herbert levantara la cabeza, y las manos... ¡aplaudiria! ¡como yo¡
precioso cuento...
Se seca la garganta nada más leerlo...
Publicar un comentario
<< Home