Allí me planté y en tu fiesta me colé.
Mi primera misión es convertirme en el primer extraterrestre que transmite en un encuentro en la tercera fase, y sin telepatía, la receta del caucásico al primer barman aburrido que pilla, después de felicitarlo porque sí.
A partir de ese momento, cada año semanal, se celebraría en todas las barras del planeta el día del ruso blanco alienígena… Espeluznante.
Después de asegurarme de que la primera mente hostelera ha sido infectada con éxito por el meme potable, le digo que me regale dos rusos por que me lo merezco.
Me despido ceremoniosamente, y deambulo por las calles… Pareciera que solo hay tiendas de regalos… La especie se ha adaptado fabulosamente a la compulsión obsequiadora, y hay una demostración continua y asombrosa de malabares paqueteriles. Enseguida uno puede inferir estatus social de los especimenes por la altura de paquetes apilados y el número de extremidades ocupadas.
El trasiego me marea… el trasiego de los rusos blancos tampoco ayuda. Cuestan muchos ensayos y errores promover la evolución coctelera planetaria en planetas donde ningún extraterrestre ebrio ha estado jamás. Pero el Zapp Branigan que llevo dentro, me puede.
Me siento en un banco, doy una microcabezada, con microsueño incluido: “Anima es amaestradora de animales domésticos de granja, en un circo.” Despierto con una sensación maravillosa. Y en pleno momento alfa, vivo una sincronía:
Veo a Erika entrando con paso decidido junto con un montón de aborígenes en una especie de salón, con una espeluznante expresión de hambre relumbrándole en el rostro, mientras en mi mente alfa, resuena un viejo proverbio vulcaniano: “No me invitó, pero yo fuí”
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