¡No bajes!
... es lo más parecido al infierno que puedas conocer!".
Vaya, el ladrón de cigarrillos, además de guindarme el tabaco, pretende también darme órdenes. Me agarra del brazo, pero como sé lo que puede hacerle callar, le ofrezco un cigarro con una lacónica sonrisa, que acepta sin dudar y se coloca sobre su oreja derecha lanzando un besito al viento un tanto chulesco.
Desciendo del barco: recapitulando mis pensamientos, sé que este planeta es impío y febril, que sus habitantes han vivido en el eterno compromiso engañoso de hacer sin querer. Tengo entendido que nunca se ha dado el caso de un regalo porque sí, que viven maltrechos y hostiles pensando en el próximo banquete sin corazón.
Pero, qué leches, me apetece un ágape por la cara.
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