¡Le he dicho que no!
¡No quiero más tarta! Creo que voy a reventar de tanta comida…
- Come presiosa… que estás en los huesos hija! ¡Pareces un pescao!
Mi barriga parece un zeppelín. Desde que pisé esta fiesta gitana, no pararon de pasar ante mis ojos los más apetitosos platos que he visto en años. Y me los quise comer todos.
Vinieron… los retortijones empezaron a castigar mis tripas. Llegó la hora de ir al baño de inmediato. Calculé los pasos necesarios para llegar mientras cronometraba la velocidad de mis heces por el intestino. Mis compañeros de recto jalean: ¡tú puedes, presiosa!. Al fondo a la derecha… creo que llego por los pelos si me doy prisa, pero claro, con el bamboleo del trote seguro que ELLOS empiezan a trotar también, animados por la carrera.
Un, dos, tres… ya! Me dirijo disimulada pero con paso decidido al baño, mi puerta del infierno, tal y como la esculpió Rodin, tal y como mi caca esculpe mis tripas del averno. Por fin llego a mi ansiado destino pero diosss… una enorme cola de gitanas tan salerosas como meonas se anticipan a mis deseos. Todas se mean vivas, todas! Y no pueden aguantar la presión de sus vejigas… “Ay mari que me meo toaaa!!”
Así como se aprietan los refajos de necesidad angustiosa, de repente se escucha una bulería. La cola se mueve, todas empiezan a bailar y palmear. Ya no sienten ni padecen. Pero yo me cago.
Sí, me cago… y la bulería sigue.
Y mi barriga baila y canta al mismo palo.
Ya no llego… seguro
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