lunes, diciembre 26, 2005

Ansias

Intentaron retenerle, le avisaron.
-¡Son más de 200º bajo cero!-
Pero nada, tan solo dio como respuesta un simple y escueto -¡Bah!-
Mel se colocó chulescamente el gorrito de lana con borlas, cogió sus patines medio oxidados de cuando tenía once años y saltando sobre un bote remó en dirección a Frígida. Lo vimos desaparecer entre las gélidas nubes mientras cantaba una infantil canción navideña.

Anclados ante aquel planeta enorme y frío, desolador, recordé a las sirenitas que alegres nadaban alrededor del barco y la tiritona me bajó un poco.
En cubierta los demás viajeros se dedicaban a lo suyo. Un grupo de turistas japoneses fotografiaban mecánicamente sin que nada se les escapara a sus voraces teleobjetivos; los contrabandistas discutían sobre si Frígida sería un buen lugar en donde poder esconder sus mercancías; Un cazador afilaba amorosamente su arpón tallado en las sombras; científicos de batas blancas escudriñaban con sus telescopios todo cuanto veían sacando teorías y cálculos, creando nuevas leyes físicas; niños cabezones tropezaban y caían de bruces en sus alocadas carreras; astrobuzos en pesados trajes se preparaban para sumergirse; buscadores de tesoros y fortuna, piratas reformados y otros que lo aparentaban estudiaban viejos y amarillentos pergaminos...

Tenía ganas de fumar y no tenía tabaco, el humo de un cercano cigarrillo me condujo a una chica que fumaba apasionadamente. La misma chica que dejó caer al Joyita, la misma que apestaba a coñac cosa mala por las mañanas, la misma que podía salvar mis terribles ansias de humo.
-¿Me invitas a un cigarro?- Le supliqué con una tímida sonrisa .
-No- Respondió secamente sin mirarme. Su mirada se posaba fijamente en un enorme puente que conducia del barco a Frígida, cogido a su mano un chico gordo y sucio repetía un mantra o alguna letanía mientras balancea la cabeza ritmicamente.
La verdad es que no estaba preparado para aquella respuesta, así que opté por la vieja estrategia del perrito y poniendo ojitos tristes la miré y gemí un poco lastimeramente.
-Oye ¿Por qué no te pierdes?- Me soltó mirándome al fín desafiante con un maravilloso cigarro casi entero colgándole de la comisura de sus humeantes labios.
-¡Mira una botella rioja a la deriva!- Grité señalando en otra dirección.
-¿Qué?- Y aprovechando que buscaba confusa mi señuelo le arrebaté el preciado tesoro de mis deseos de sus labios y eché a correr.
Corrí y corrí sin volver la vista atrás, buscaba algún lugar donde poder disfrutar tranquilo del trofeo. Por el camino casi tropecé con una chica que corría en sentido contrario con la ropa rota y un grupo de marineros que acababan de rescatar a Mel que parecía un polo de hielo. Yo unicamente pensaba en inflar mis pulmones de humo.