En la Luna Mora: La Leyenda de los Arrobados
Aquí, sentada delante de vosotros, persuadida de contaros algo, tal vez un cuento o tal vez un sueño, me imagino una pequeña historia en un lugar pequeño.
Agarraos, que voy sobre la marcha: pienso en una pequeña aldea de pequeños árboles, animalitos chicos y diminutas casitas donde vivían seres humanos pequeños con el corazón muy grande.
Estos seres pequeños, de tanto corazón, tenían muchos problemas de salud. Se impedían a sí mismos sentir emociones que pudiesen perturbar su estado clínico para así evitar una muerte segura.
La maldición de estos seres pequeñitos de corazón grande residía en que eran terriblemente sensibles, lo cual dificultaba verdaderamente el control de sus propias emociones. Podía suceder que fueras andando por la aldea y, de repente, alguien explotara como un globo: su corazón había crecido, reventando su caja torácica.
A la luz de tan trágico destino, se decía que los que perecían de esa forma “morían de arrobamiento”. A estos seres les tocaba un futuro indeseable más allá de la muerte. Los que fuesen capaces de evitar este fin, disfrutarían de una vida eterna llena de placeres. Los recién nacidos que morían de arrobamiento, no sufrían tal castigo, sí así sus madres, que habían inculcado desde su útero en el hijo nonato el ímpetu pasional más allá de su consciencia todavía carente de vicios y apegos. En la ilegalidad, se organizaban aquelarres donde se programaban sesiones colectivas de arrobamiento como sacrificio para adorar a algún dios proscrito.
Esta aldea de la que os hablo ha desaparecido: se sabe de su existencia, pero no queda ni rastro de ella. Se dice que nosotros somos una evolución de estos seres pequeños, con un corazón que está más cómodo en nuestro ancho costillar; se dice que de ahí viene nuestro miedo ancestral a mostrar emociones, justificado socialmente como un síntoma de debilidad.
Se dice que es el tiempo de los grandes edificios y los grandes proyectos; de los grandes seres humanos con corazones pequeños. Se dice que, en un futuro no muy lejano, nuestro cerebro crecerá en nuestra cruel e irrefrenable querencia de eliminar nuestras pasiones hasta acabar con ellas, y que finalmente nuestras cabezotas bienpensantes acabarán reventando espontáneamente dentro de un cráneo cada vez más angosto.
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