jueves, enero 19, 2006

Por ello envió Dios a Sodoma y Gomorra entes asexuados

- ¡Un mundo apocalíptico! Vaya, tiene que ser toda una experiencia - pensé. Y me uní a la barcaza que de la nave flotaron para aquellos que quisiesen visitarlo.
¿Qué esperaba encontrar allí? Me rondaba la idea de un mundo utópico, de una sociedad auténticamente anarquista, conscientes de que cada segundo podía ser el último. Pensé, soñé, que vivirían en acorde a un continuo presente donde las reglas sociales, como las de nuestro mundo de origen, allí carecerían de valor y sentido. Una sociedad de seres evolucionados forzados a vivir, por las circunstancias cósmicas, a un despertar de la consciencia. Imaginaba un mundo de poetas, de músicos, de pintores, de escultores, de soñadores, de artistas. Los imaginaba desnudos, envueltos en la plenitud de la consciencia, conociendo todos los secretos de la vida, descubriendo el cosmos, entregados al amor y la virtud del ser, concientes de que el tiempo solo existía para ellos como un continuo presente.
Alguien me dio un codazo sacándome de mis ensoñaciones.
- ¡Quiyo, que ya hemos llegao! -
Sonreí a Mel y bajé feliz a conocer un mundo que quizás fuese el mio.
Y descubrí que no. Aquel era un mundo de miedicas, del mismo tipo de miedicas que habitaban el nuestro con la diferencia de ser concientes de que en cualquier instante su planeta podría dejar de existir, y con él ellos. Tal conocimiento les hacia vivir al límite sus últimos momentos abandonándose a sus deseos más oscuros, sus sueños más depravados, sus instintos más reprimidos. La única diferencia que podría existir, si su mundo girase seguro alrededor de la órbita de alguna acogedora estrella, simplemente sería que sus miedos estarían anclados a establecidas reglas sociales, políticas y religiosas, dejándose cómodamente llevar por la perezosa certeza de un quizás asegurado.

Allí me quedé, de piedra, con la cara de alelado mientras contemplaba como cada uno de aquellos individuos sin querer perder ni un segundo de los que les quedaban, libres y despojados de sus hipócritas reglas de contención, cometían todo tipo de atrocidades y vejaciones.
- ¡Anda y que os den! - Pesé y me dispuse a entrar de nuevo en la barcaza con el fin de poder volver a la nave.
De una calleja surgió una morenaza impresionante que me miró fijamente, sus ojos estaban llenos de un ardiente deseo y me estremecí. Sonriente se acercó a escasos centímetros de mi y cálidamente me susurró al oído.
- ¿Ya te vas forastero? ¿No deseas pasar nuestro quizás último momento follando salvajemente hasta caer exhaustos? - Tras unos segundos en que el universo entero parecía haber enmudecido me volví en dirección a la barcaza.
- ¡Recogedme dentro de doce horas! - Les grité. Y dejé que aquella morena me condujese a algún lugar donde enseñarme de que era capaz una mujer conciente de que aquella, quizás, fuese la última vez que follaría con alguien.