lunes, agosto 14, 2006

Brindis

Entro en la taberna del puerto.

Sí, así es; como esa taberna del puerto que frecuenta el lobo de mar que todos tenemos incrustados en el imaginarium.

Tiene tan solo una particularidad… un pequeño lugar, elevado y apartado, con vidrieras al mar, donde sólo puede beber un bebedor solo.

Cuando alguien sube, es evidente su exilio.
Cuando alguien sube, empero, se sabrá acompañado por las nostalgias incontables, pegadas debajo de la mesa, o rayadas encima con malolientes cuchillos destripapeces.
Se sube, tanto para abandonar, como para ser abandonado. Cuando se está allí, ya no se sabe cual es la diferencia.
Arriba, quise levantar mi jarra y brindar al planeta rubio que circundábamos, y a las estrellas que me esperaban tras él. Pero no pude.
Si no lo hubiera intentado, lo hubiera conseguido… Y finalmente si pude brindar por esa certeza.