Levántate...
Son sueños rotos, las voces que no llegaron a escucharse a si mismas. Las que nunca lo hicieron, y las que no llegaron a hacerlo lo suficiente. Voces que quizás se escucharon a si mismas, se asombraron con su eco, pero no llegaron a reconocerse y no pudieron volver a recordarse otra vez. Solo brillaron en el silencio con el mismo tempo de una breve estela fugaz.
Son sueños rotos voluntades rotas. Espíritus quebrados en su largura, en su anchura, en lo que hubiera de ser su devenir. Son rotos y descompuestos los pequeños trozos de intento, con los que el sol parece querer nutrirse ávido e implacable, en el momento en que una vida, expirando, no puede evitar soltárselos.
Son voces soñadas y voluntades quebradas, las que no se reconocen como tales, si no que desaparecen con una mueca estupida, de la memoria de sus semejantes.
Son los sueños rotos, sin excepción, árboles desenraizados esforzados en alzar secas ramas desnudas, queriendo envidiosos pinchar con sarmientos cualquier verdor verdadero y tierno.
Son los sueños rotos enfermos de inanición. Ningún pecho los nutrió de pasado, ningún mito vino luego a rescatarlos, y sus oníricos corazones acabaron latiendo en vacío.
Es por ello que este planeta es tan frecuentado por almas generosas que conocen los secretos que consuelan, las verdades que llegan y resucitan a los lazaros que, perdidos, vagan por los laberintos de la vida consciente.
Así se resucita un sueño roto, con la llegada de un sueño encarnado, desde un linaje ininterrumpido, capaz de abrazarlo desde un origen insondable, y devolverlo a un futuro que será inexorablemente recordado.
Se hace así, de esta manera, con manos capaces de atar lo que nunca estuvo atado, lo que fue concebido para no prosperar jamás, contradiciendo una voluntad enajenada, un espíritu resentido.
Se hace con mucho cuidado, con pocos miramientos, y con todos los colores visibles e invisibles.