jueves, diciembre 29, 2005

Jacuzzi sin burbujas

Estos indígenas lunaticos son muy parlanchines... estamos sumergidos en un aromático baño de agua caliente y un bañista con una voz muy agradable, lentamente, empieza a hablar...
“ ¿Os habéis dado cuenta de la diferencia? ¿Alguna vez os habéis percatado?... Sí... esta claro... es como la diferencia entre comer a la carta, o comer el menú... Cuando comes a la carta... parece que tienes más hambre que cuando comes el menú del dia... pero ¡No es verdad!... en realidad no suele ser asi. Y uno piensa... “No puedo comer todos los dias a la carta” no, no puedo... pero si que puedo comer con las mismas ganas... No se... todavía puedo encontrar una metáfora mejor... es una diferencia sutil. Vosotros... tenéis caras de inocentes... ¿Recordáis cuando erais niños?... ¿Sabéis lo que es la fuerza de voluntad? La codicia del hombre por vivir más. Pero solo estamos entusiasmados cuando dejamos que el entusiasmo aterrice en nuestros corazones tranquilos... Y ese entusiasmo, tiene vida propia, tenemos que dejarle habitar dentro de nosotros y que se desenvuelva de maneras arriesgadas; cuando intentamos apropiarnos de él, lo estrangulamos...”
- ¡O te tira por la borda! – le interpela Erika. A Mel le da un ataque de Risa.
El hombre parlanchín se sumerge totalmente en el baño, aguanta debajo del agua cerca de un minuto. No vuelve a salir él, o sí.
- ¡El pequeño Buda! – Grita Ángel.
- ¡Hola!
- ¡Eh! – le interpela Pepapoderes – antes de que vuelvas a desaparecer, ¿Cómo era eso del temor, el miedo? ¿Me repites?... ¿Tu has visto lo que el Sifrido tenia entre...? Ufff... – Se sumerge hasta la nariz, con cara de fastidio. El niño la mira divertido y empieza a recitar:
- “Oro parece...
- ¡El plátano! – Grita desgarrada Pepapoderes, interrumpiéndole, con desesperación. Mel, de pronto se pone rojo como una sandia abierta, aprieta los labios con fuerza, parece que va a reventar, y estalla en una carcajada estruendosa.
- ¡Mierda!- Pepapoderes le esta devolviendo una mirada furibunda a Ángel que la observa con asombro.
- ¡Vaya! ¡Un caso típico de adivininzadora obsesiva compulsiva! – Le espeta, sin desviar la mirada.
- ¡Vete a la mierda!¡Dejadme en paz! Como a alguien se le ocurra decir una adivinanza... ¡Lo mató!, a ti también niño pelón, deja de reírte, soy capaz de pillarte antes de que desaparezcas... ¡Cállate Mel!
- ¡Alucinante! – Dice Erika, antes de soltar una gran bocanada de humo.

¡Por supuesto, todo encaja!

Me gustan los cojines y las narguilas. Me gusta contar mis historias. No me gustan los karaokes, esto me gusta más. Entre chorros de te y nubes perfumadas, hemos contado nuestras experiencias a un auditorio que parecía dramáticamente interesado, por el aspecto de sus ojos, a pesar de estar cómodamente repantigados entre mullidos cojines. Cuando todos acabamos el relato de nuestras peripecias, somos aplaudidos. Un hombre de aspecto sabio, anciano pero inquieto, se levanta de entre el público, y después de un breve silencio, se dirige a nosotros:
“ La resurrección de Frígida, es también nuestra resurrección. Y nuestro querido mundo es el ideal para celebrarlo. Miro vuestro viaje, y es como un fractal de vuestras vidas, una dramática recapitulación. La engañosa inocuidad del planeta joya perturbó vuestros espíritus, os contaminó con ese olor a anís... pero todos fuisteis cómplices de la liberación que lidero Erika y su mesiánico manotazo. Tal acción tiene sus consecuencias... Pepapoderes confirmó mis sospechas, con su escalofriante relato, aquel Segafredo o como se llamara... apestaba a Anís... ¡Lo veis ahora, era un Jodido Joyano! ¡Era un Jodido Joyano! Pero no un Joyano cualquiera, no. ¡Era el mismo que pretendió agarrar con tanta lujuria a Erika, y del que ella consiguió liberarse! Ella fue vuestro baluarte, y Pepapoderes... que grandes sacrificios ha tenido que hacer para ayudarnos a tomar conciencia del complejo e imbricado orden que subyace bajo vuestra aventurada travesía. Pero ahora, tenéis vuestra primera recompensa, el primer tesoro. Todos sabéis, como Erika, lo que tenéis que hacer cuando aparezcan las primeras escarchas, que acabaran congelando vuestros pequeños planetas cardiacos, ¡Darles un manotazo!... Se lo que estáis pensando... y sí, esta claro... ¡fueron los Joyanos los que abandonaron Frígida con tanta crueldad! Evidentemente, vosotros no lo sabíais, pero si intuisteis el pérfido corazón que latía en el pecho de aquellas aparentemente inocuas y blandas criaturas flotantes... ¡Nadie serio va así por la vida!... ¿Verdad, señorita Erika? ... Permitidme dejar descansar vuestras orejas, y sugeriros que dramaticéis la conciencia recién adquirida de vuestra valiente pureza, visitando nuestros baños. El agua caldeada os ayudara a suspirar aliviados ¡De buena os habéis librado!“

La chistera

Los niños corrían y corrían de un lado a otro del barco persiguiéndose, agarrándose, saltando, gritando, dándose patadas, tropezando, riendo, llorando...
La melodía los detuvo en seco, se miraron extrañados y callaron, todo el barco se quedó callado. Frígida cantaba, aquella música cálida provenía de aquel inmenso mundo gélido de hielo, nieve y silencio ¿Qué podía estar sucediendo en Frígida?
Tras la música un trueno y el silencio imperturbable de Frígida se rompió en un llanto cálido. Nuestros ojos no podían apartarse del milagro que sucedía, asomados a la borda callados veíamos como Frígida deshacía su invierno eterno. Toda ella lloraba, toda ella recordaba, toda ella abrazaba la vida que durante tanto tiempo había olvidado. Y el invierno se hizo primavera. Lentamente, despertando de nuevo a la vida, sacudiéndose la escarcha del alma Frígida volvió a amar.
Tras el hechizo todos lloraron y se abrazaron alrededor mía, algo de las escarchas de sus corazones se había deshecho también, incluso del mio. Pero no lloré, aguanté mis lágrimas, sujeté mis icebergs para que no se hundieran e imploré al invierno de mi corazón que no me dejara y el nudo en la garganta quería reventármela en mil pedazos, escupir fuera el alud de mi dolor y angustia, apartar las nieves que protegen al niño desnudo de yelmo de hielo.
Quería gritar, apartarme de todos aquellos malditos que se abrían unos a otros y mostraban su amor, sus anhelos, sus sueños, su ingenuidad... Quería correr y correr lejos, buscar un lugar oscuro donde esconderme y estar solo.
- Si no lloras, si no liberas tu escarcha, acabarás reventándote - Sonó una voz amable a mis espaldas. Me volví. Era Altair, aquel joven gordito y sucio que me miraba divertido, cálidamente. A su lado erika, aun con lágrimas en los ojos me tendió un cigarrillo encendido.
- Vamos tontorrón ¡escúpelo lejos! El invierno ya ha pasado, es hora de buscar tu mundo pequeño limpio y renovado -
Y vomité hielo.


No se bien cuando llegamos al nuevo destino, un mundo extraño habitado por seres noctámbulos, Luna Mora. Allí desembarcamos los que soñamos de día, los que gustamos de habitar los placeres de la noche, los misterios de las sombras, las luces tenues y el fulgor de las hogueras. Una noche sin fin nos abría sus brazos a ensoñaciones árabes de cúpulas y jardines perfumados, de estanques de agua cristalina, de cantos y bailes y cuerpos cálidos.
Alguien mando callar a los niños que allí jugábamos despreocupados del día y poco a poco nuestras voces se fueron apagando hasta que nada se oyó, entonces un viejo con voz antigua comenzó a improvisar un cuento. La voz fue llenando con imágenes la noche, narrando mundos pequeños desde dentro, colmando nuestros sueños. Tras él otros narradores improvisaron sus cuentos en aquella noche sin tiempo, cuentos hermosos y puros que nos hacían estremecer de placer, cuentos terribles y monstruosos que te helaban de terror y miedo, cuentos que hacían llorar de risa o de pena, cuentos que olían a madera o sabían a agua de mar, cuantos de acero o cuentos de cristal...
Ví y oí a muchos de los viajeros que junto a mí embarcaron en busca de los mundos pequeños, subieron al escenario e improvisaron cuentos. Escuché a Erika, a Pepapoderes, a Altair y a Mel y después de ellos subí e improvisé el mio. Tímido narré mi cuento y mientras lo hacía algunos eslabones se desprendieron de la cadena de mi cuello.

Para cuando volví a embarcar en el velero llevaba una chistera vieja en la cabeza. Adiós Luna Mora, guárdame un sitio para cuando vuelva.

miércoles, diciembre 28, 2005

Cuentos de la luna mora

A este planeta lo llaman la “luna mora” porque vive mil y una noches sobre 1 día, tan lento avanza en su imperceptible rotación, tan lejana su órbita del astro que lo ilumina, tan exacta su forma de media luna. Sus habitantes, los serenitas, están acostumbrados a vivir el día en la noche. Sus ojos son enormes, con pupilas que abultan unas córneas que llegan a desaparecer casi por completo en el luminoso día mil 2.

La noche ha tenido tiempo y materia para desplegar su encanto. En estas tierras desprende toda su magia a través de todos los sentidos: gusto, oído, olfato, vista, tacto y emoción. Todo es sensualidad matizada de perfumes. A cada brisa, a cada movimiento, a cada roce, se desatan en cadena todas las sensaciones del fino hilo del erotismo.

Envueltos y seguros en esta oscuridad de almizcle, aprovechan la ebriedad de sus largas noches para relatar cuentos inventados sobre la marcha. Les ocupa gran parte de su tiempo. Existe una mitología de proporciones descomunales creada a partir de estos relatos. Historias alegres, tristes, románticas y despiadadas, que van desde el blanco más puro hasta el negro más ciego. La variedad de grises es inmensa.

En el día mil dos, todos se recluyen en sus casas. Horrorizados, un día descubrieron la crudeza y sequedad de lo que les rodeaba; incluso en ellos mismos, tan blancos y vulgares. Se dieron asco. Desde entonces es el día prohibido. Algunos salen de sus casas para delinquir, aprovechando el anonimato de las calles vacías.

… ya en crepúsculo, comienzan a salir de sus casas. Schehrezade, la hija del visir, despierta. Es hora de contar cuentos.

La canción que derrite planetas.

“El cuidado”.

Te protegeré de los miedos a la hipocondría,
de los trastornos que desde hoy, encontrarás por esta vía.
De las injusticias y las mentiras de tu tiempo,
de los fracasos que por tu talante, fácilmente atraerás.
Te aliviaré del dolor y de tus cambios de humor, de la obsesión que hay en tus manías.
Superaré las corrientes gravitacionales, el espacio y la luz, y envejecer no podrás.
Te curarás de cada uno de tus males.
Porque eres un ser especial, y yo, siempre te cuidaré.

Vagaba por los campos del Tenesse, cómo había llegado, no se.
No hay flores blancas para mi.
Más veloces que águilas, mis sueños atraviesan el mar.

Te donaré sobre todo el silencio y la paciencia.
Recorreremos unidos las vías que llevan a la esencia.
Y perfumes de amor, embriagarán nuestros cuerpos.
La bonanza de agosto no calmará nuestro ardor.
Tejeré tus cabellos como trenzo mi canto.
Conozco las leyes del mundo, y te las regalaré.
Superaré las corrientes gravitacionales, el espacio y la luz, y envejecer no podrás.
Te salvaré de cada melancolía. Porque eres un ser especial, y yo siempre te cuidaré. Yo sí, siempre te cuidaré.

Franco Battiato.

Quien roba a un ladrón...

Es verdad... noto como el corazón empieza a enfriarse, a pesar de toda la grasa de mi cuerpo.
Me parece imposible que ese sol inmenso sea tan inútil. El silencio de este planeta es atronador. Recuerdo una canción.
Erika ve su reflejo en el hielo, y regresa al barco. La acompaño de vuelta, con una melodía incrustada en la mente.
Estamos en cubierta. El individuo de la cadena en el cuello le arrebata el cigarro a Erika.
De pronto se que hacer.
- ¿Sabes cual es su camarote? – le pregunto, y ella asiente enseñándome los dientes.
- Llévame.
Ella me lleva encantada con un brillo inquietante en los ojos...

Entramos en su camarote, y enseguida veo lo que estoy buscando. Un reproductor de cd portátil con pequeños altavoces, y una surtida discoteca. No tengo que buscar mucho, enseguida encuentro la bala de oro musical que necesitaba.
Cojo el reproductor y el disco. Veo que Erika también se mete algo en el bolsillo con una gran sonrisa.
- Vamos a bajar otra vez al planeta. Ven conmigo.
En la superficie de Frígida hace mas frío todavía. Pongo un cd en el reproductor y le doy a reproducir; repetir solo una.
-Vamos de vuelta al barco, ya no podemos quedarnos.

Erika se encoge de hombros y volvemos a cubierta.
La música empieza a sonar... Se escucha lejana. Erika me mira con curiosidad y yo le guiño un ojo.

- Observa... es músicopuntura planetaria. La canción apropiada, en el momento y lugar apropiado, puede ser catastrófica...

De pronto el cielo, a una velocidad mayor de lo que me esperaba se nubla, y empieza a caer un chaparrón cálido, tropical...

- ¡La lluvia es caliente!
- Sí, y ahora el hielo esta empezando a derretirse...

Rápidamente la escarcha empieza a desaparecer, y la vegetación verde surge. Estamos viendo la resurrección de una primavera criogenizada.

- ¡Vaya!

Erika esta feliz. Me gusta Erika.

lunes, diciembre 26, 2005

Ansias

Intentaron retenerle, le avisaron.
-¡Son más de 200º bajo cero!-
Pero nada, tan solo dio como respuesta un simple y escueto -¡Bah!-
Mel se colocó chulescamente el gorrito de lana con borlas, cogió sus patines medio oxidados de cuando tenía once años y saltando sobre un bote remó en dirección a Frígida. Lo vimos desaparecer entre las gélidas nubes mientras cantaba una infantil canción navideña.

Anclados ante aquel planeta enorme y frío, desolador, recordé a las sirenitas que alegres nadaban alrededor del barco y la tiritona me bajó un poco.
En cubierta los demás viajeros se dedicaban a lo suyo. Un grupo de turistas japoneses fotografiaban mecánicamente sin que nada se les escapara a sus voraces teleobjetivos; los contrabandistas discutían sobre si Frígida sería un buen lugar en donde poder esconder sus mercancías; Un cazador afilaba amorosamente su arpón tallado en las sombras; científicos de batas blancas escudriñaban con sus telescopios todo cuanto veían sacando teorías y cálculos, creando nuevas leyes físicas; niños cabezones tropezaban y caían de bruces en sus alocadas carreras; astrobuzos en pesados trajes se preparaban para sumergirse; buscadores de tesoros y fortuna, piratas reformados y otros que lo aparentaban estudiaban viejos y amarillentos pergaminos...

Tenía ganas de fumar y no tenía tabaco, el humo de un cercano cigarrillo me condujo a una chica que fumaba apasionadamente. La misma chica que dejó caer al Joyita, la misma que apestaba a coñac cosa mala por las mañanas, la misma que podía salvar mis terribles ansias de humo.
-¿Me invitas a un cigarro?- Le supliqué con una tímida sonrisa .
-No- Respondió secamente sin mirarme. Su mirada se posaba fijamente en un enorme puente que conducia del barco a Frígida, cogido a su mano un chico gordo y sucio repetía un mantra o alguna letanía mientras balancea la cabeza ritmicamente.
La verdad es que no estaba preparado para aquella respuesta, así que opté por la vieja estrategia del perrito y poniendo ojitos tristes la miré y gemí un poco lastimeramente.
-Oye ¿Por qué no te pierdes?- Me soltó mirándome al fín desafiante con un maravilloso cigarro casi entero colgándole de la comisura de sus humeantes labios.
-¡Mira una botella rioja a la deriva!- Grité señalando en otra dirección.
-¿Qué?- Y aprovechando que buscaba confusa mi señuelo le arrebaté el preciado tesoro de mis deseos de sus labios y eché a correr.
Corrí y corrí sin volver la vista atrás, buscaba algún lugar donde poder disfrutar tranquilo del trofeo. Por el camino casi tropecé con una chica que corría en sentido contrario con la ropa rota y un grupo de marineros que acababan de rescatar a Mel que parecía un polo de hielo. Yo unicamente pensaba en inflar mis pulmones de humo.

Se me gastó la gasolina del mechero...

... menos mal que aquí hay fuego para encender todos los cigarrillos del mundo.

Estoy a punto de descender del barco. Un chico gordito y sucio está delante de mí... se mueve mucho, está indeciso, parece que se hace pis. Le miro, él me mira, sonríe con miedo... susurra entre dientes: "¿Tuytumundú?". "Cucurrucufú", le respondo. Mi cinismo sale espontáneamente. El chico chasquea la lengua y decide salir, valiente. Le cojo la mano, está caliente, como la mano de un recién nacido. No me mirará durante el resto de nuestro paseo.

Caminamos. Hace calor. Oímos gritos. Vemos a la chica del labio hinchado corriendo con la ropa rota y el pelo alborotado, gritando "¡Esto no me compensa, no me compensa!". No entendemos bien, así que tácitamente decidimos no auxiliarla y continuamos nuestro camino.

Un puente enorme nos lleva hasta Frígida. Un frío inmenso me recorre la columna vertebral. Miro al suelo, la capa de hielo es un espejo, una especie de conciencia verdadera. Refleja cosas de mí, cosas que nunca había visto y que imaginaba. El chico gordito es un dragón chino de vivos colores, pero yo soy un monstruo de siete cabezas con otras siete cabezas dentro de cada una. Demasiadas cabezas…

¿Dónde está mi corazón?

¡Bah!

la muerte es segura para cualquiera que fuese lo suficientemente estúpido para osar visitarla...

-No intente acojonarme, amigo. La muerte también es segura para quien fuera lo suficientemente listo para no visitarla.

El viento me corta la cara y mis patines cortan el agua congelada. Este mundo es una inmensa pista donde resbalar. Aunque sé que, como en todos los planetas, su nucleo es magma ardiente. Sólo hay que arañar el hielo lo suficiente.

Pero mis patines son tan pequeñitos...


Santiago

Juré no quedarme dormida más… para ello pedí a un simpático guaperas de la barra del bar que llamase a mi puerta si arribábamos a algún puerto. No quería perderme un solo planeta más, no de esa manera.

Pero no hizo falta que bajara a avisarme, estaba tan excitada que salí antes de tiempo de mi camarote, esperando en la puerta el momento de salir. El camarero me dijo que podríamos estar allí el tiempo que quisiésemos, que el barco nos esperaría.

Si decidíamos no retornar, sólo teníamos que desearlo y gritar tan fuerte como pudiésemos: “LO ENCONTRÉEEEE!”. Y a continuación emitir un sonoro eructo.

Me quedé de piedra. ¿Qué veían mis ojos?¿Acaso era mi propio infierno? Todo lava, todo magma, allá donde dirigiera mi mirada. Definitivamente el otro planeta que me perdí debió ser maravilloso, y esto era un castigo a mi pereza.

Pero quise apearme. Mi barco quiso atracar.

Esquivando las moles de magma y de furia, avisté una fortaleza. Mi curiosidad me pudo, y crucé la puerta. Me encontré con inmensos pasillos, que dibujaban en sus paredes delgadas siluetas centelleantes por una caldera de fuegos enorme (me imagino) que las recorta, insinuando mundos proscritos… un “poco” pornográficos, me atrevo a decir. A lo mejor debía de haberle pedido al camarero que me acompañase.

Pero lo pienso mejor, este viaje debo hacerlo yo solita. Al final del pasillo me encuentro una enorme cueva llena de libros y estanterías… en el centro, en una enorme mesa, un señor de barbas largas que no advierte mi presencia.

“¿Eres tú?”. Le grito temblorosa por el miedo, esperando encontrar la respuesta segura, el guía que estaba buscando.

"¿Y yo qué coño sé, mujercita?” espeta malhumorado, girando la cara hacia mí (es viejo pero tremendamente atractivo, qué contingencia!). “Antes, debes adivinar el enigma”.

- ¿Cuál es?
- No es fácil
- Inténtelo
- Allá tú… ¿de qué color es el caballo blanco de Santiago?
- Está claro… pues blanco, viejo!!

Absolutamente estupefacto, y como despertando de un eterno letargo, abre sus enormes ojos profundos y dice solemne:

- Entonces, tú serás mi esposa…

II

Tras semanas a la deriva por el océano intergaláctico llegamos al fin a los turbulentos mares del sistema solar de Ira, una enorme nova mil veces mayor que el Sol. Cuenta con tres violentos planetas gigantes.
El primero es Cabronazo, un mundo enorme y vasto lleno de volcanes en continua erupción que vomitan mares de magma y cenizas a millares de metros de altura, huracanes de gases mortales barren el planeta con vientos que se retuercen y giran aullando, terribles terremotos agrietan y abren su árida piel devastada, lluvias ácidas y tormentas explosivas. Nada habita en él, nada puede habitar en él; su terrible carácter lo hace imposible. Continuamente anda provocando a los asteroides y cometas que pasan cerca, insultándoles y lanzándoles chorros de magma o gases, hasta que estos, furiosos, se precipitan a su superficie estrellándose violentamente.
Le sigue Capullo, aunque menor en tamaño y en violencia es también un mundo hostil. Tan solo un loco sería capaz de vivir en él, y tan solo un loco vive en él. Se trata de Sigfrido Nietzchel III, un viejo científico de espesas y caóticas barbas que habita una fortaleza redonda de acero entre los huracanes de Capullo, una larga y gruesa cadena ancla la base a la superficie del planeta. Sigfrido escribe enormes tratados científicos de los que saca filosóficas conclusiones sobre la mediocridad y fragilidad del hombre y la necesidad de este de superarlas y elevarse sobre los demás. Muchas veces se introduce dentro de su pesado traje de astronauta y abandona la seguridad de la base para estudiar la violencia de Capullo de cerca e intentar domarla. Nadie lo visita desde hace años, nadie aguanta a Sigfrido en sus terribles cambios temperamentales y actitud agresiva, violenta como el mundo en que habita. Dicen de él que al llevar tantos años en Capullo, y ser el único ser vivo, es un autentico capullo de pies a cabeza.
Finalmente nos encontramos con Frígida, el planeta más alejado de Ira. Una enorme gema de hielo y silencio; sin montañas, cañones o accidentes geográficos, tan solo un vasto desierto helado recorrido por gélidos vientos callados. Frígida no es violenta como sus hermanos, no grita, no se queja o convulsiona, no golpea o insulta, no explota o se abre desgarrándose; siempre permanece igual, en silencio, imperturbable. Sin embargo la muerte es segura para cualquiera que fuese lo suficientemente estúpido para osar visitarla, una muerte lenta en la que primero te desesperaría de soledad y después te iría helando poco a poco de dentro a fuera: primero el alma, después el corazón y finalmente el resto. Sobre Frígida se hallaron antiguos restos de una hermosa ciudad que demuestra que hubo un tiempo que estuvo habitada. Ahora sus antiguas calles, templos y palacios yacen vacíos y helados envueltos en el mismo silencio eterno de Frígida. Cuenta la leyenda que hace millones de años Frígida fue un mundo cálido y hermoso, una inmensa llanura de esplendor y verdor, de flores y bosques, de una ciudad de seres hermosos. Cuentan que estaba enamorada. Cuentan que los moradores de Frígida descubrieron otro mundo del que se enamoraron y partieron dejándola sola. Cuentan que Frígida lloró durante años inundándose entera y cuando no le quedaron lágrimas se le heló el corazón y con él todas las lágrimas que había llorado.

Dudas

¡¡¡Sirenas!!!
Y yo aquí, rumbo a quién sabe donde en un viaje en busca de no se qué. ¡Ay! si al menos tuviesen piernas... y algo más, Creo que saltaría por la borda y me iría con ellas a descubrir en sus escamas misterios de las profundidades... ummmm...

Se alejan ¿O es el barco? ¿O soy yo?

domingo, diciembre 25, 2005

Fumando espero...

Apurando mi último cigarrillo del cuarto paquete de los 10 cartones que compré en el viaje (a saber cuándo puedo comprar más, y en este barco no se aplica la Ley Antitabaco, gracias a dios), empiezo a sentirme nerviosa e inquieta. Hace horas que no vemos nada, sólo alguna que otra sirena desorientada (sí, chicos, yo SÍ LAS VEO), buscando algún Ulises que les haga sentirse poderosas.

Uy… parece que llegamos a un planeta, lo que pasa es que está muy lejos…

Mala suerte, un pedrusco galáctico.

Tuytumundo

Estoy encerrado en este nuevo camarote... me parece tan espacioso, que todavía no puedo considerarlo un verdadero camarútero... Creo que hasta me produce un poco de agorafobia.

Puedo sentir de nuevo el mecer del mar, y resulta consolador, me adormece. Ese olor a anís parece que ha desaparecido cuando vuelves a ser consciente de su persistencia... Puedo escuchar ruidos nuevos... y seguro que veré nuevas estrellas de nuevos cielos... Todo eso me parece bien.

Mi camastro ahora es un verdadero lecho, que acoge con seguridad toda mi envergadura... Me gusta la pereza...

Sincronizados con el pulso del oleaje, los pensamientos navegan en el mar de mi atención. Son recuerdos que arriban al sordo silencio de mi oscura amnesia. Llegan lentos, pero contundentes...

Escucho, recuerdo haber escuchado... No se si es un recordar o un escuchar: “Tú y tu mundo... tú y tu mundo... tuy tu mundo.. tuy tumundo... tuytumundo... tuytumundo... tuytumundo... tuytumundo...” Un mantran; “tuytumundo” su ritmo es el de las olas...
Me suena a nombre de micro-isla del pacífico; la isla Tuytumundo... apostaría algo a que existe la isla Tuytumundú, un pequeño islote, casi un arrecife en algún mar tranquilo. Sería el nombre ideal, para un mundo pequeño; Tuytumundo.
¿Cómo es Tuytumundo?... Si existiese, me gustaría que fuera un mundo alegre, de gente pacifica, que sintiera una sana curiosidad por los alienígenas...

Me dejo ahogar por la pereza, y otra voz me acompaña: “un alienígena siempre es un alienígena”

sábado, diciembre 24, 2005

¡Sirenas!

El planeta Joya huele como las tortas de Inés Rosales.

Apoyado en la barandilla del barco, mi mente divaga mientras la proa del barco corta el mar de éter que rodea este mundo de anís. En el fondo de mi mente aún resuenan, de vez en cuando, como ecos dispersos, los tintineos de mis grilletes. ¿El maldito mono estará siguiendo los guiones que le dejé?

Y entonces las veo saltar, dándole la bienvenida a nuestro velero con su chapoteo. Acompañándole en un trecho de su camino. Son tan guapas. Una me sonríe. ¿Nos hemos visto antes? Ya no huele a anís, una dulzona fragancia a fresa lo invade todo. Me sorprendo a mí mismo tanteando el salto, pensando si el agua estará muy fría... Entiendo lo que está ocurriendo. Como Ulises, busco un mástil. Meto la mano en el bolsillo interno del abrigo y ahí está. Vuelve a oler a anís. Y a verano.

Una chica del pasaje- la del labio hinchado- se acerca a donde estoy y se asoma por la borda.

-¡Mira! ¡Delfines!

Suele ocurrir. Sin ninguna razón aparente- porque la magia nunca la tiene- las mujeres no perciben a las sirenas. En su lugar ven simpáticos delfines. Lo mismo pasa con los sirenos. Sólo una mujer podría detectar a uno. En esos casos los hombres vemos peligrosos tiburones. Claro que, apenas hay constancia de avistamientos de sirenos. No se dejan ver casi nunca. Tienen graves problemas de inseguridad. Lo entiendo. Yo también los tendría si mi única "cola" fuera una de merluza...

Hace un rato que la chica se ha marchado. Por la cubierta viene paseando un oficial del barco. Sonríe. Alarga el cuello por encima de la barandilla. Observa, y...

- ¡Ostia! ¡Foquitas!

Evito sacar conclusiones y me acerco al bar.

El pasillo estrecho que tengo que atravesar está atestado de gente. No me gustan las multitudes, pero esta me hace sentir bien. Todos nos miramos a la cara. La mayoría sonreimos y nos saludamos unos a otros. Me cruzo con la chica que le pegó el manotazo al joyano. El olor de su colonia me resulta familiar... No, no es colonia. ¡es coñac! Espero que eso no signifique que ya han apagado la máquina de café.

En el próximo puerto le voy a poner un telegrama al mono...


(c) Imágen: Jack Shalatain

viernes, diciembre 23, 2005

El olor del anís

Acabo de sorprenderme despertando de mis pequeñas ensoñaciones de las 8 de la tarde, las típicas que suceden cuando empieza a abrirse la noche y su negrura te acerca al silencio y a la muerte (del día, evidentemente). Pienso en ese pequeño pingajo opaco que se me colgó impertinente en mi muñeca, con pretensiones de hacerme ver la verdad de las cosas… ¡bah! Definitivamente se estaba quedando conmigo.

No fueron 2, sino 6 copas de cognac. Estoy un pelín mareadilla, nada serio, pero sí que me siento verdaderamente acalorada. Me levanto de la silla, me despido de la barra y del barman, un precioso morenito muy meticuloso, a juzgar por la vehemencia con que limpia las copas de cristal.

Camino por un estrecho pasillo que conduce a cubierta. Está abarrotado de gente. ¡Qué extraño! Son personas normales. Esperaba encontrarme con una galería freak de última generación, una horda de existencialistas de medio pelo. No es así, pero sí que hay algo extraño en ellos… se miran mucho a los ojos. ¿Qué buscan?

Este planeta Joya me ha dejado trastornada… Todo el barco despide un intenso olor a anís y, tanto pasajeros como tripulación, sentimos una agradable sensación de paz. De repente, creemos que todo es posible, y que todos nos amamos… jaja.. ¡dios! ¿De dónde me viene este repentino sentimiento de pertenencia? ¿Por qué hablo en plural?

Sigo caminando, no me gusta sentirme espiritualmente tan cerca de la gente… me acaba haciendo daño. Sin embargo, me siento bien.

Subo a la cubierta, el aire me acaricia la cara y los hombros. Todo está quieto, todo está oscuro. Siento el silencio del silencio. Me vienen cálidos susurros de una esperanza quebradiza, una música dulce y frágil.

¿Cuándo será la próxima parada?

jueves, diciembre 22, 2005

dulces sueños...

... no puedo quitarme ese dibujo de la cabeza... paseo mis ojos entre esas nubes tan enigmáticas. El cielo es oscuro, tan negro...

La luna está llena. ¿Vendrán a mecerme mis pequeños monstruos? Mis dedos recorren la silueta del horizonte.

Ese hombre del dibujo se acerca... de repente abre los ojos... son luminosos y malignos. Cada vez se acerca más, me mira, y se estremece a carcajadas. Creo que tengo miedo, y seguramente él lo sabe, porque se acerca más... Se acerca, lo mancha todo con la negrura de su alma. Comienza a abrir la boca blanca lentamente, hasta proporciones descomunales... ¡este bicharraco me quiere comer!

Pero parece que no, porque, en la máxima plenitud de su apertura bucal, grita desgarrado:

"¡Siempre te pierdes las mejores, TOOOOONTA! ¡DESPIERTA YA MUJER!"

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Me he quedado dormida otra vez! Miro por el ojo de buey, acabamos de visitar uno de los pequeños planetas que, para mi desilusión, no he llegado a conocer. Espero que no haya sido el mío...

miércoles, diciembre 21, 2005

¡Adiooooos!

Todos estamos en cubierta, alertados por el extrañísimo ruido… el barco esta rodeado de burbujas, ninguna más pequeña que nosotros, y cada una de ellas con una joya-sorpresa dentro… Nos miran con curiosidad, pero evitando el contacto… Han visto lo que le paso a la que se acerco a Erika… Surge cierta inquietud a bordo:

- ¿Dónde esta el chico de oro? – pregunta alguien…
- el pequeño buda ha desaparecido
- Tendría miedo...
- Será como el amo del calabozo, aparecerá y desaparecerá cuando más incordie…

Pero estas cosas parecen tener más miedo de nosotros que nosotros de ellas…
Erika no parece sentirse culpable por haber dejado caer a ese personaje… De hecho lo despide con la mano, sonriente mientras lo ve caer, asomada por la borda…
Yo tampoco me siento especialmente mal viendo como eso cae… y nadie comenta nada al respecto…
¿No es demasiada indiferencia? ¿O es que simplemente estamos embelesados?

Floto...

...sobre un mar oscuro e inmóvil, deslizándome sobre las aguas alivio el calor del camino con una ligerísima brisa marina… salto, me recreo. Acompaño mi paseo con gráciles e inmaculadas garzas.

Es curioso cómo, a la medida de mis pasos, los colores se van transformando. Estos pájaros se van volviendo cada vez más y más rosados, y comienzan a emitir extraños sonidos de los que no llego a acertar su familiaridad. Mmmm… sí, ese sonido me es cada vez más afín, tal vez me trae recuerdos de la media hora del recreo del cole… Esos pájaros llegan a alcanzar en sus plumas el color rojo de la sangre. Los sonidos son más claros, y empiezo a recordar el día en que me hice pipí delante del profesor y todos los niños se rieron de mí… ¡qué sonido tan estridente e insoportable!

Hacía tiempo que no tenía pesadillas. Debe ser que extraño la cama o tal vez es este enigmático planeta, Joya. Sin embargo, una vez despierta, las carcajadas persisten. ¿Siguen riéndose de mí?¿No van a dejarme en paz?

Estoy tan inquieta que necesito salir del camarote. Salgo corriendo a cubierta, necesito ese aire nuevo… pero, al contrario de lo que imaginaba, esos sonidos se hacen más fuertes. ¿Este planeta de algodón de sanatorio me está volviendo loca o por el contrario me está curando?

Me sorprende la visión de una esfera deliciosamente cristalina y luminosa que choca justo delante de mí, en la popa del barco, estallando como una pompa de jabón. Un olor repentino (a anís, estoy tan sorprendida como vosotros), un fugaz relámpago iridiscente, un berreo conocido, como el de recién nacido. Esa luz se apaga, me agarra el brazo antes de caer; bueno, no pasa nada, mis muñecas están acostumbradas a la presión, aunque esta cosa pesa más de lo que parece. Una voz chillona me ruega que baje con él a lo desconocido, que juntos descubriremos por qué se ríen de nosotros, que no le deje solo…

Confieso que estuve muy tentada…

Pero no, mejor le arreo un manotazo, le dejo caer y entro en el barco a tomarme una o dos copas de coñac. Acabo de empezar mi viaje. Todavía hay tiempo.

I

Apacible y soñoliento son las palabras que mejor describen navegar por el límpido y tranquilo mar espacial de la pequeña y anciana enana roja Sabia. Alrededor de ella orbita sin prisas, perezosamente, un único mundo, suspendido sobre un éter cósmico de seda negra como una brillante y hermosa perla, el blanco y vaporoso Joya.
Los habitantes de Joya no conocen la superficie de su mundo, jamás la han visto, moran en la atmósfera, por encima de una única blanca nube que cubre la totalidad del planeta. Siendo así, la geografía de Joya, según los Joyitas o Joyenses, se divide en dos: la región inferior, de la que nada saben, por debajo de la gran nube divisoria y la región superior. Los Joyitas se autodenominan los seres mas avanzados del universo, entes superiores como gustan de llamarse. No conocen estados ni países, ni reglas o leyes; tampoco las pasiones y emociones que nos hacen presa. Viven suspendidos en el aire, dejándose llevar por el capricho de los vientos, envueltos y protegidos cada uno por una burbuja perfecta que parece de cristal. No conocen el aire o los alimentos y no los necesitan, sus burbujas los mantienen alejados de tan bajas necesidades. Sus relaciones sociales son mínimas y tan solo cuando dos o más joyitas llevados por el azar se encuentran se intercambian unas pocas palabras o ninguna, pues es muy cansado y de seres inferiores hablar. No conocen el sexo, las caricias, los abrazos o el tacto de las cosas, no tienen recuerdos de sus nacimientos: “somos eternos, no tenemos ni principio ni fin” se jactan y continúan su vagar eterno desplazados por el aire, ni siquiera el movimiento es voluntad de ellos. A veces ocurre que una inesperada ráfaga de aire provoca que dos joyitas choquen de manera violenta haciendo añicos las burbujas protectoras. Impotentes, los demás observan aterrados como los desdichados caen gritando y atraviesan la gran nube divisoria desapareciendo. Sus gritos se apagan y durante un rato no oyen nada más. Entonces, desde la superficie desconocida del planeta, llegan las risas de sus compañeros caídos y no saben si son risas de locura o de alegría.

martes, diciembre 20, 2005

Podemos navegar

Me gustan los úteros... Son como los camarotes de un lujoso crucero. Entonces se llega a puerto, y puede que te olvides de salir. Pasa el tiempo, y ya no te acuerdas como te ataste a ti mismo con las cortinas de terciopelo, haciéndote cautivo de tu pequeño camarútero. El tiempo ha hecho que el camarútero se haga más pequeño... ya casi no puedo moverme, y el aire empieza a ser irrespirable. Ya no recuerdo el primer tacto del terciopelo, antes de que se petrificase en mis muñecas y en mis tobillos, ahora sus nudos endurecidos, son fríos como grilletes...

¿Qué habrá sido de los otros pasajeros? Ya casi no me acuerdo de ellos... no se oye nada. Han debido de marchar, hace mucho, porque no recuerdo cuando deje de oírles. No recuerdo cuando dejaron de cambiar las estrellas que consigo ver desde el ojo de buey. Ahora ya las conozco... como un reloj, la estrella polar fija, y la osa menor girando lentamente a su alrededor... Tampoco recuerdo el ultimo amanecer...

¿Y porque este cavilar? Me gustan los úteros, me gusta este camarote, me gusta ver la estrella polar... Algo me esta incomodando...
Siento algo en la espalda... Es muy difícil girarme... ¿Soy yo el que crece, o es el camarote el que quiere aplastarme? ¡Es la puerta! ¡Esta abierta! Se abre hacia dentro, y esta presionando mi espalda. La empujo con una desesperación que no recordaba... Esto era el miedo!! Querer cerrar y no poder cerrar!!

La puerta ha cedido... estoy tirado, con medio cuerpo en el pasillo y medio cuerpo en la habitación... Respiro con dificultad, la entrada me esta estrangulando... y el sofoco me hace enrabiarme... ¡Esto era la rabia! ahora lo recuerdo... ¡Resistirse al estrangulamiento! No puedo explicarme como, pero consigo salir del camarote... Intento ponerme de pie en el pasillo, pero me golpeo la cabeza con el techo... De pronto, me doy cuenta de que mis grilletes de terciopelo apelmazado se han hecho trizas...

¿Quién empujaba mi puerta?... Todo el barco empieza a crujir a mi alrededor... ¡Tengo que salir de aquí! Esta sensación... también me resulta familiar ¡Supervivencia! No sé a donde voy... solo corro...

Consigo salir a la cubierta... ¡Aire! ¡Espacio! ¡Frio! ¡El cielo abierto!
El barco se esta colapsando, y veo como se traga a si mismo mientras se hunde. Encuentro la estrecha pasarela y consigo pisar tierra firme, en el ultimo momento... Me mareo... Todo se mueve, siento nauseas.

Estoy agotado. Caigo en un sueño sin sueños.
Luz tras mis párpados cerrados... calor en mi rostro... ruido en mis oídos, golpes y roces en mi cuerpo tendido.
Me froto los ojos mientras el ruido de una multitud se hace ensordecedor. Abro los ojos, la luz del sol me daña, pero veo que me estoy levantando en medio de una multitud que vocifera en una misma dirección saludando o despidiéndose. El sonido de una Sirena aterra mis oídos. Alguien tira de mi manga.

Es un niño asiático, rapado, vestido como un lama.
- ¡Hola! ¿Tiene usted miedo?
Muevo la cabeza, asintiendo.
- ¡Estupendo, venga conmigo!
Me conduce a través del gentío, sin soltarme la mano.
Dejamos atrás a la caterva, y nos acercamos a un pequeño grupo. Parece que están esperando cerca de una pasarela para embarcar en un velero amarrado.
Con los ojos doloridos por la luz, veo a una chica que va corriendo hacia el grupo, para agotada y saca algo del bolsillo, y parece que empieza a llorar.
Alguien del grupo nos hace señas. El niño acelera el paso.
Llegamos junto al grupo, dos hombres y dos mujeres... Nadie dice nada...
El niño suelta mi mano, y sube corriendo a la pasarela, y desde allí, se dirige a nosotros:

- Escuchen atentamente. Exploren el miedo. El miedo explorado con curiosidad despertará sus espíritus, será la terra ignota donde resucitarán sus esencias. Disfruten de sus expediciones. Permitan al miedo caminar junto a ustedes, que les roce, incluso que pase a través suyo. Y cuando haya pasado, giren el ojo de su espíritu para escrutar su estela. Allí por donde haya pasado el miedo, estará todo, estarán sus verdaderas esencias, sus mundos conquistados... ¿Alguna pregunta?

Una de las chicas levanta la mano y pregunta: - ¿Seré feliz?
- ¿Quieres decir si dejarás de tener miedo? – la chica asiente.
- No.- le contesta el chico con una gran sonrisa...
La chica se rasca la cabeza... y vuelve a preguntar - ¿A que hora es el embarque?
- ¡Ya! ¡Por orden alfabético, vayan subiendo a bordo! ¡Señor Altaír!

Sonámbulo empiezo a subir la pasarela... tengo miedo de que ceda bajo mi peso. El niño tiene que subir a cubierta para que pueda pasar... Estoy arriba. El niño grita el siguiente nombre.
- ¡Señor Ángel! – Tiene una cadena de acero alrededor del cuello amoratado, como si se hubiera liberado tirando de ella hasta partir el eslabón más débil...
Señorita Erika! – Subió corriendo y le pregunto al niño donde estaban los servicios, el chico le hizo un gesto y ella desapareció corriendo.
Señor Mel! – Veo como saca un pequeño objeto metálico... un teléfono... lo mira con asco y rabia y lo tira al agua... Se acerca al agua y mientras lo ve hundirse empieza a aplaudir, a bailar, a saltar mientras repite una y otra vez - ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! – Empieza a subir, pero de pronto, con el gesto serio, se para a mitad de camino, y vuelve a bajar a tierra. Escruta el agua atentamente, y luego, sin más, vuelve a subir.
-¡Señorita Pepapoderes! – La ultima chica sube por la pasarela, mientras se seca los ojos, y se suena ruidosamente la nariz.

Se sueltan las amarras. Se izan las velas. Podemos navegar.

pasillo o ventanilla...

he estado a punto de perder el barco. Estaba tan convencida de que esto debía de ser cosa del destino, que pasase lo que pasase tenía que suceder, que olvidé por completo que nuestra vida es un continuo vaivén azaroso de desastres, emociones y circunstancias más o menos caóticas que nos desvían constantemente de un supuesto camino ya trazado.

Me resbalé con una cáscara de plátano, y ya llegaba tarde al puerto. ¡¡Dios!! ¿Quién ha sido el maldito que va dejando esas máquinas de matar en una zona tan transitada, con tantos obstáculos? He de reconocer que no me caí de una forma demasiado elegante (nunca lo he sido). Ya en el suelo, pensaba que el golpe no tenía importancia, pero cuando decidí levantarme, me di cuenta de que, antes que mi cabeza, fue mi culo el primero en ser consciente de los traqueteos de mi destino… ¡¡ay cómo duele!!

Casi no puedo levantarme, y noto algo caliente que me resbala por la barbilla: me he hecho sangre en el labio inferior, mordiéndomelo inconscientemente al caer. Necesito saber quién ha sido… ¡¡NO!! Necesito saber quién de los que están a mi alrededor no ha sido, para no odiar al mundo entero. Oigo ruidos de una risa impertinente, que provienen de un edificio alto. Miro hacia arriba, tal y como estoy sentada. Veo en la ventana un gracioso chimpancé que me apunta con un pincel, engalanando su pose con malencarada actitud.

- “¡MONO DE MIERDA!! “ Le espeto con todas mis fuerzas. “Llegaré tarde por tu culpa, estúpido ¿Acaso no sabes adónde voy? “

No contento con esto, el chimpancé suelta una carcajada de categoría humanoide y me arroja una bola de papel que se encuentra con mi ojo… Al borde del colapso, las fuerzas de la ira hacen que me levante… miro hacia arriba, el primate ya no está; ha huido, el muy cobarde.

Quiero no pensar ni entretenerme mucho más… decido proseguir mi camino mascullando improperios sobre Darwin, con mucho peor ánimo que antes. Tropezándome con la gente y entre mil perdones, escucho mi nombre, todavía en la lejanía. Me duele el culo, el labio y el orgullo, pero este barco no lo voy a dejar escapar.

¡Llegué! Ya estoy en la cola… ¿me he dejado algo? Miro en mis bolsillos, que vacié el día en que decidí llenarlos de sueños. Encuentro inexplicablemente en uno de ellos la bola de papel del simio. La abro... me emociono:



Lloré como una mona. Mi planeta, mi sueño, estaba más cerca y el barco está a punto de zarpar.

Por patas

Mi plan ha funcionado...

Desde el día que me sorprendí a mí mismo, como un simpático gilipollas, limpiando mis grilletes con Netol, lo he estado preparando. El plan de fuga. El embarque.

Veinte kilos de plátanos pesan como veinte kilos de hierro...

Pero era lo que necesitaba para sobornar al mono. El entrañable "Caspa". Aquel chimpancé rescatado de unos siniestros laboratorios por activistas de una ONG. Durante años, los científicos habían obligado al pobre mono a pintar cuadros de arte moderno que se vendían en conocidas galerías de arte británicas, bajo una identidad humana. Un cruel experimento destinado, no a estudiar la creatividad de los primates sino a averiguar si de verdad los críticos de arte diferenciarían la obra de un mono de la de un pintor. Fue interrumpido antes de concluir.

Una vez en libertad, "Caspa" se reinsertó a la vida civil. De vez en cuando, si el trabajo me desborda, dibuja para mí, copiando a la perfección mi estilo( simple rutina para él, que ha expuesto en Londres...) Con los plátanos le convencí para que me sustituyera varios meses. Y con un frasco de Varon Dandy (que se bebió de un buche) he conseguido que también se encargue de los guiones. Mientras duerme la borrachera de colonia, le coloco mi grillete para que nadie note la diferencia y salgo por patas...

Mi hatillo se lo lleva el viento...

Y miro como se aleja entre las nubes. Normal, estaba vacío... sólo llevo su foto y prefiero guardarla en el bolsillo interno del abrigo.

Han dicho mi nombre. Antes de subir al barco, saco el teléfono móvil y lo tiro al agua. Miro cómo se hunde y aplaudo yo solo. Subo la pasarela hacia el barco. Me paro. Bajo corriendo y me aseguro de que el maldito móvil no ha vuelto a salir a flote. Falsa alarma. Vuelvo a subir.

Y viajo.

Pii piiii

Por fin lo hice… ya tengo mi billete, voy a embarcar, no quiero esperar. Desde hace varias semanas llevo notando el desagradable olor a óxido de mis grilletes, y cada vez es más insoportable. Sorprendida, me doy cuenta de que están rotos, inservibles, y que probablemente hayan estado así durante mucho tiempo...

Me han dicho que allá donde vaya, tampoco seré feliz. Y que siempre es así. Que acoja y confíe en la verdad del óxido de mis grilletes, en la familiaridad de su sonido. Con el tiempo, puedes acostumbrarte al olor.

Confieso que no tengo miedo. ¿Y mi instinto de supervivencia?

¿A qué hora es el embarque?

Los Puertos

Partir de viaje no es fácil. Existen tantas cosas que dejas atrás y tantas dudas por lo venidero que cualquier gilipollas que diga que es fácil engaña o se engaña. Surgen tantas preguntas antes, que uno se inquieta ¿Qué llevaré conmigo? ¿Dónde dormiré? ¿Qué me deparará el destino? Las respuestas muchas veces son obvias; solo lo útil, donde el cuerpo te lo pida, quien cojones sabe. Y aun así el peso de la incertidumbre y la comodidad burguesa te mantiene en la duda. Y al final no partes. Te quedas en casa con todas tus cosas útiles e inútiles, bajo las sábanas de tu cama y el cierto quimérico destino de todos los días iguales.
No partes y te reconoces en tu interior como un viajero, como un extranjero en el día a día. Tus carceleros dejan la puerta abierta y el barco amarrado al muelle, pero con la seguridad de que nunca los abandonarás por que te han creado dependencia a ellos y miedo a ti.
No partes y sabes que debes partir. Los cascos de las naves se pudren en los puertos y el aire de los globos se escapa dejando tan solo la lona tendida sobre el suelo como una inmensa piel seca al sol, los caballos pasean mansos y tediosos en sus cuadras añorando jinetes y los trenes ya no escupen vapor al aire orgullosos por ser los primeros.
Simplemente no partes.
Abandonas la suerte de tu vida a los días tras otros, amontonándose iguales y ordenados como páginas de una guía de teléfonos. Números que forman eslabones de una cadena que maldices pero no muerdes. Y sin embargo, eres tú el que abraza la cadena para no dejarte libre.
No partes.

El día en que el barco gritó tu nombre desde el puerto invadiendo con su llamada las calles; arrastrando su queja entre callejuelas, plazas y avenidas; cerraste la puerta asustado y abrazaste mas fuerte tu cadena y esta quiso ahogarte. Sabías que tenías que partir.

Los Mundos Pequeños