viernes, septiembre 01, 2006

Trrees típicas cancioncillas taberneras, oídas y coooreadas, arrastrando las consonantes en cualquier cervecería.

La canción del borracho echado:

Acosado entre el desperdicio de los desprecios,
En la aridez de lo que cálido debería ser,
Los días son amargos como hierbas viejas.
Espero, espero aún, sosteniendo un hálito esperanzado.
Espero, espero aún, con una reliquia en el alma,
Que brilla con un débil y hermoso destello, del que ya, demasiadas veces,
He escuchado su eco cantarín, demasiadas, como para volver a olvidarlo.

Esperemos, esperemos juntas, almas tristes.
Esperemos enhiestas, como mástiles sabios, como las pacificas cañas,
besadas por el silencio de Dios, en el corazón de sus huecos.
Esperemos, acompañadas por lo que resuena entre nuestras distancias.

Hay una fortaleza, un mundo de refugio, entre las curvas de mis versos, cercado por la melodía de mis frases. Y tú, enemigo, más allá de aquellas, no pasarás jamás.


La canción del bardo furibundo.

Demonios, demonios liberados que cantáis sin parar,
He de oíros siempre antes del silencio crepuscular.
Trance, trance de sabandijas en mi delantal;
He de cantaros en verso, para no escucharos más.
Locura, locura de los bardos
Que pisotean aburridos senderos embarrados.
Huérfanos, huérfanos humillados
Reclamad vuestras herencias,
Saldad la deuda con vuestros antepasados.

Corren encorvadas las viejas brujas, gruñen los desdentados;
Desprecian las maravillas que en las primaveras contemplaron.
¡Oh! miserables despojos,
De la piel de vuestros espíritus estáis leprosos.

¡Sabed que yo soy el Bardo!
De mis labios nacen las maldiciones y el halago.
Nunca morimos, y parece que siempre nos ausentamos,
Porque somos el consuelo definitivo,
Que de la injusticia infinita, detentamos.
¡Yo soy el Bardo! Y atesoro en mi memoria el dorado nombre de todos mis amigos.
A ellos, mirando a las estrellas, yo los llamo.


La canción de la puta despechada.

¡Oh! que orgullosa reina soy,
Y como veo romper la verdad de lo que doy.
Mirad vosotros vuestras certezas,
Y humillados, dejaos de lindezas.
¿He de aguantar el desprecio de los que en mi entrepierna se metieron?
¡Imbéciles arrogantes a los que no perdonaré!
Con vuestra calma, más de una noche, yo acabaré.
¡Nada hay peor que mi desdén!
¡Solo el haberme probado una sola vez!